Me niego a aceptar que la muerte es el final. Necesito saber que la muerte no es el punto donde termina todo, sino donde empieza. Desde la fe este convencimiento nos hace crecer en otra dirección. Cualquiera de las religiones monoteístas apuestan por la vida eterna. Hay amigas que no creen en Dios y cuando se enfrentan a una pérdida reconocen que se les hace más difícil afrontarlo pero apoyarnos en la fe es una decisión personal. Llevo con una pena muy grande muchos días por una compañera que ha fallecido. Mónica con 47 años, deja dos niños, una familia rota y una redacción que no se lo cree, ella con una trayectoria en la radio impecable y discreta. Una gran compañera que deja muchos recuerdos buenos entre nosotros. ¿Cómo voy a pensar que su vida llena de sacrificios se acabó el pasado miércoles? No puedo. No quiero.
Estos días he pensado más en la muerte y he hablado con los amigos más sobre la muerte. Y me he dado cuenta que es algo de lo que no hablamos porque no nos han educado para ello. Nos educan y por lo tanto educamos cuando llega el momento, para la vida, para hacerle frente, para triunfar, para ser felices, para salir indemnes. Nos educan para vivir pero muy pocos educan para la muerte que no es más que un paso más en este pasar por aquí. Nacemos, crecemos y morimos y para ello tenemos mucha información sobre partos, crianza, educación, adolescencia, como vivir siendo adultos felices y afrontar con dignidad la ancianidad. ¿Y después? ¿Cuántos artículos os habéis leído sobre la muerte, sobre como prepararse para ese momento? Los que profundizan en la fe, sea cual sea sus creencias, saben algo más. En el rezo, en cada oración la vida está presente pero también lo está la muerte, una muerte en la que pensamos, por la que se reza y para la que nos llenamos de esperanza y de confianza.
Como padres, después, si no hemos trabajado esta parte de nuestra existencia no sabremos transmitirlo a los hijos. Todos los expertos coinciden en que la naturalidad debe ser la manera de que los niños lo entiendan. No esconderlo detrás de eufemismos: se fue, no despertó, está con las estrellas….Al final los pequeños necesitan sinceridad. Hace unos días una madre me explicaba como cuando tuvo el segundo cáncer de pecho le decía a su hijo «Mamá esta malita, le ha invadido el jefe de los malos», a lo que el niño le contestó «mamá ¿por qué no le llamas cáncer?» Pues eso. Lo entienden todo si usas las palabras adecuadas a cada edad. Explícales como el ser humano igual que nace muere y la muerte es el dejar de existir aquí y ahora, no poder tocarnos, ni olernos más, pero sí recordarnos, evocarnos y seguir queriéndonos a pesar de ese sentimiento de ausencia. Los que creemos en Dios sabemos que ÉL nos espera a su lado lleno de luz, que no hay tinieblas, que hay paz, y que estaremos cuidando de los que se quedan aquí. Los que se quedan se quedan peor, destrozados, los que se van vuelven a Dios. Hacerles entender que el sufrimiento por la pérdida es normal, que nos vean llorar no es malo, entenderán que es bueno expresar lo que sentimos. Hay familias que por las edades de los niños prefieren no llevarlos a los tanatorios, a los entierros, a los funerales. Es una decisión personal, pero el amor que se respira en esos lugares normalmente tras la pérdida enriquece a los pequeños a pesar del dolor y creo que ayuda en el duelo. El consuelo escuece y quizás en este caso sólo sea pomada para las heridas, las más profundas, las del alma. No es fácil, es necesario andar un pequeño sendero pero es mejor hacerlo juntos.
Estos días me he dado cuenta que no me da miedo la muerte, que estoy preparada y convencida para afrontarla. Una amiga me decía lo mismo pero que a ella le daba miedo perderse la vida de sus hijos. A mi no me da miedo, me daría pena no poder acompañarles intentando como ahora ser su brújula. Cuando nació mi hija mayor algunas complicaciones me tuvieron al borde, pero no era mi día, estaba claro que tenía camino por hacer. En el segundo embarazo pasé miedo. No por mí sino por ella y por quien venía, por si se perdían a su madre. Y escribí una carta. La tengo guardada. No la he vuelto a leer. Me acuerdo que les contaba lo que pensaba, lo que sentía, lo que quería que recordaran de mí. Ahora ya son mayores y creo que la mejor carta es el camino que hemos hecho juntos en familia. Un camino inolvidable gracias a cada gesto, a cada acto, a las ausencias y a los momentos compartidos con toda la intensidad. Y eso es lo que cuenta.
Siempre que tengo dudas recurro a las palabras del Papa Francisco y siempre encuentro alguna joya, hoy no ha sido una excepción: “la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y representa una experiencia a la que no sabemos dar ninguna explicación. Es más, a veces se llega incluso a darle la culpa de esto a Dios”
Mónica sufría como madre que no llegaba como ella querría, algo que nos pasa a todas las que trabajamos, pero era la mejor madre para sus dos pequeños. Por eso quiero darle las gracias porque su paso por mi vida ha servido para hacerme ver otros matices que yo no valoraba y a aferrarme a que ella ahora estará mejor que nosotros.
Gracias a tod@s por vuestros comentarios personales llenos de cariño. No tengas miedo a dejar el tuyo aquí porque se trata de crecer juntos y si nos ayudamos mejor. Os devuelvo cientos de besos.
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con gente como vosotros el camino se ve despejado , gracias .
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